Los tres lucen boinas negras, chaquetas del mismo color con
emblemas en manga y pechera y guantes negros. Sus caras aparecen, como tantas
otras veces antes, cubiertas por una tela blanca con dos agujeros que apenas
insinúan un poco la mirada de la gente que conspira. La puesta en escena se
completa con un fondo azul con una pancarta en el centro algo arrugada por sus
bordes, mientras tres banderas adornan la estampa, una a la izquierda y dos a
la derecha. Contemplar fijamente esa escena durante 20 o 30 segundos genera
cierta inseguridad. ¿Quién se esconde tras esas capuchas? Y, más aún, ¿qué gestos
e intenciones esconden esas capuchas? Los tres son como ese niño de las
películas de terror que sin mover un músculo consigue que te cagues de miedo.
No hacen nada, pero asustan.
Rincón abierto de Juan Pablo Montaner. Periodista deportivo, zaragocista, zaragozano y campeón del mundo de perder el tiempo en cualquier asunto. Si quieres acompañarme, puedes hacerlo a través de este blog, el grupo de Facebook, Twitter, Google +, Pinterest, dejando tu correo... Luego no me digas que no doy facilidades. Para todo lo demás: imaginia@gmail.com
viernes, 21 de octubre de 2011
jueves, 13 de octubre de 2011
John Boy
Hace algún tiempo, me sumergí en la música de Love of Lesbian gracias a su genial y alocada 'Club de fans de John Boy'. Fue un descubrimiento grato. Desde ese punto, fui explorando 1999, Cuentos chinos para niños del Japón y Maniobras de escapismo, sus tres creaciones en español en las que se reinventaron para convertirse en un grupo de éxito. Me gustaron los tres, quizá más el primero. Sobre todo porque me encontré con melodías diferentes y un vocalista peculiar, algo que siempre agradece alguien que intenta escuchar música el máximo de minutos posibles entre el despertar y el acostarse.
domingo, 2 de octubre de 2011
'Agabig' Fish
Agapito Iglesias bien podría ser Edward Bloom, aquel
entrañable y fascinante protagonista de Big Fish, que narraba cada episodio de
su vida coloreándolo de características fantásticas. Sin embargo, su hijo, Will
Bloom, nunca llegó a creer ninguna de sus historias. Las tomó todas por enormes
bulos fantasiosos e incluso llegó a dejar de dirigirle la palabra antes de
emigrar a París por trabajo. Años más tarde, con su padre a punto de morir,
regresa a casa para descubrir que ciertamente todos aquellos pasajes, con sus
características mágicas e inexplicables, sucedieron de verdad.
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