
Septiembre de 2003 tuvo un inicio jodido. Me agarró una de esas gripes veraniegas que te asfixian cuando el calor todavía aprieta. Lo hizo justo cuando me vi obligado a apretar los dientes en busca de esas castañas que tarde o temprano uno tiene que comenzar a buscarse. Casi tres meses atrás presumía de haber finalizado la carrera de Periodismo y pasé un verano de esos que llaman ‘de prácticas’ y que realmente deberían llevar por nombre ‘de los encargos y asuntos nimios que a los contratados no les interesan’ en El Periódico de Aragón. Septiembre, como decía, se desperezaba mientras yo empezaba a apurarme al ver que mis años sin preocupaciones habían llegado a su fin.