Anduve zanganeando y perdiéndome en decenas de cosas que me impidieron pensar en dedicar algo de tiempo a este rinconcito. Nada extraño, ya saben. La vida siguió su curso más o menos habitual sin ofrecer ningún sobresalto desde la última vez que dejé algo por aquí. Pasó el frío, llegó un cierto calor para dar paso de nuevo al frío, pasó enchido el Ebro para sembrar a su paso innundación y miedo en el recinto Expo (no sé por qué la gente pasa de nombrar el artículo la y precedentes de cohesión; yo, por si acaso, también quiero dejarlo pasar para no quedarme demasiado atrás en el tiempo) y la Semana Santa, y sus pasos, también se fueron a descansar hasta el año próximo.
En ese periodo, de vacaciones y viajes para muchos, y devoción y rezos para algunos menos, me topé con una escena cuasi ridícula, cuasi cómica que me dió que pensar. Me decanto por la primera opción. Verán, existen en la Semana Santa zaragozana un buen número de cofradías abiertas la gran mayoría de ellas a todo tipo de público en general. Agonizaba el martes santo y yo esperaba en el Paseo Independencia (como con Expo, la memoria colectiva perdió en el camino el 'de la' que separaba no hace mucho ambas palabras) la llegada de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y el Santo Sepulcro, hermandad que tiene la particularidad de contar entre sus filas únicamente con varones. Llegado un instante imposible de ubicar en el tiempo, se situaron a mi espalda tres graciles, que no admirables, señoritas.
A excepción de lo que ocurre en plazas como Andalucía y poco más, la gente acude a ver las procesiones como si fuera a ver un desfile del día del orgullo gay o la cabalgata de Reyes. El silencio y respeto hace algún tiempo que dejaron de ser cualidades innatas de la Semana Santa para muchos. Haciendo uso de esta premisa convertida en medida y derecho popular, las tres señoritas no dejaron de largar hasta llegar al momento cumbre del proceso, ése en el que largaron con saña por el hecho de que la Piedad fuera una cofradía exclusivamente del género masculino.
Bien, vamos a ver, me siento cansado de ver cómo se ha llegado al punto de cuestionar todo lo habido y por haber. Más, cuando se habla de asuntos que a uno le resultan completamente ajenos. Existen en Zaragoza más de dos docenas de cofradías, cada una de su padre y de su madre, que imagino llegarán a cubrir las necesidades y gustos de cada cual. El rollo ese de la igualdad y demás me parece absurdo en cuestiones como las que abordo en este instante. Hay un margen suficiente como para que la Piedad sea y siga siendo una cofradía sólo para hombres. Se trata de una institución privada, regida por sus leyes y mandatos concretos, que viene siendo así desde hace muchos años. Al que no le gusta elige otra (más de dos docenas de opciones, insisto). El rollo ese de la igualdad y todo al alcance de todos me supera y desespera al mismo tiempo. Otra cosa sería que la Piedad fuera la única cofradía a la que pudieran suscrbirse los zaragozanos. Y hasta en ese caso me parecería bien, porque en el fondo de la cuestión aparecen las tradiciones y razones de ser de una institución. Otra cosa es que se tenga ganas de arremeter contra todo. Yo paso de eso. Eso sí, no tolero que los demás lo hagan abusando hasta el extremo de su libre albedrío.
En ese periodo, de vacaciones y viajes para muchos, y devoción y rezos para algunos menos, me topé con una escena cuasi ridícula, cuasi cómica que me dió que pensar. Me decanto por la primera opción. Verán, existen en la Semana Santa zaragozana un buen número de cofradías abiertas la gran mayoría de ellas a todo tipo de público en general. Agonizaba el martes santo y yo esperaba en el Paseo Independencia (como con Expo, la memoria colectiva perdió en el camino el 'de la' que separaba no hace mucho ambas palabras) la llegada de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y el Santo Sepulcro, hermandad que tiene la particularidad de contar entre sus filas únicamente con varones. Llegado un instante imposible de ubicar en el tiempo, se situaron a mi espalda tres graciles, que no admirables, señoritas.
A excepción de lo que ocurre en plazas como Andalucía y poco más, la gente acude a ver las procesiones como si fuera a ver un desfile del día del orgullo gay o la cabalgata de Reyes. El silencio y respeto hace algún tiempo que dejaron de ser cualidades innatas de la Semana Santa para muchos. Haciendo uso de esta premisa convertida en medida y derecho popular, las tres señoritas no dejaron de largar hasta llegar al momento cumbre del proceso, ése en el que largaron con saña por el hecho de que la Piedad fuera una cofradía exclusivamente del género masculino.
Bien, vamos a ver, me siento cansado de ver cómo se ha llegado al punto de cuestionar todo lo habido y por haber. Más, cuando se habla de asuntos que a uno le resultan completamente ajenos. Existen en Zaragoza más de dos docenas de cofradías, cada una de su padre y de su madre, que imagino llegarán a cubrir las necesidades y gustos de cada cual. El rollo ese de la igualdad y demás me parece absurdo en cuestiones como las que abordo en este instante. Hay un margen suficiente como para que la Piedad sea y siga siendo una cofradía sólo para hombres. Se trata de una institución privada, regida por sus leyes y mandatos concretos, que viene siendo así desde hace muchos años. Al que no le gusta elige otra (más de dos docenas de opciones, insisto). El rollo ese de la igualdad y todo al alcance de todos me supera y desespera al mismo tiempo. Otra cosa sería que la Piedad fuera la única cofradía a la que pudieran suscrbirse los zaragozanos. Y hasta en ese caso me parecería bien, porque en el fondo de la cuestión aparecen las tradiciones y razones de ser de una institución. Otra cosa es que se tenga ganas de arremeter contra todo. Yo paso de eso. Eso sí, no tolero que los demás lo hagan abusando hasta el extremo de su libre albedrío.
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