miércoles, 18 de mayo de 2005

Ilusiones rotas

Quizá de pequeña la viera alguna vez, pero no la recordaba. Sin embargo, la de este sábado creo que no la olvidaré en mucho tiempo. La ví llorar y apenas tiene 17 para merecer cosas como esta. Juega en un equipo de waterpolo, y les puedo asegurar que es una de las grandes pasiones que jalonan su corta vida. Lo ama con pasión, se divierte en una piscina. Con esa diversión y satisfacción, ella y el resto de sus compañeras lograron llevar a un equipo casi de amigas hasta la División de Honor, la categoría más alta que existe en el waterpolo femenino (como la Primera División de fútbol para que lo entiendan del todo). Era un sueño histórico pero complicado de alargar por más de un año.
Y cumplieron con tanta profesionalidad que incluso estuvieron a un paso de salvar la categoría. No quedaron últimas, pero sí en una posición que les obligó a jugar una eliminatoria de promoción con un equipo de la liga inferior para decidir quién merecía la élite. Y hasta el entrenador del equipo contrario reconoció que no eran ellos quienes hicieron los méritos suficientes. Pero la vida tiene estas cosas. En la ida perdieron 11-6 tras siete minutos terribles (ahí comenzó a escapárseles la vida...) y un arbitraje, dicen, dudoso; yo no lo juzgaré porque no lo ví. Una semana después, el partido definitivo. Una piscina abarrotada y con un ambiente que no veía desde hacía tiempo. Pero al final la desilusión se apoderó de todo; de todos. La Escuela Waterpolo Zaragoza ganó (un 6-3 tan corto por méritos como insuficiente para seguir en la cima), fue tremendamente superior, se salió. Pero con eso no bastó... Dos personas vestidas de blanco decidieron que mi prima (a pesar de sus dos golazos) y el resto de sus compañeras (a pesar de su tremendo esfuerzo) no mantendrían la categoría. Estoy seguro de que lo sabían antes de que empezara el partido. He de reconocer que no conozco al dedillo las reglas del waterpolo y sus criterios, pero lo que sí que les puedo asegurar es que lo ví el otro día no era normal. Dos árbitros jugaron con la ilusión y el trabajo de unas niñas que no merecen el castigo que para ellas supone jugar en una liga en la que son tremendamente superiores sabiendo que deberían estar en una más alta. Y no pretendo que esto sea una excusa, pero lo que contemplé el sábado es el 'robo' más grande que vi jamás. No pretendo cargar contra nadie ahora. Tan sólo quería contarles que el otro día ví llorar a mi prima y a diez niñas más. Y me dolió más que nada.

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