miércoles, 10 de septiembre de 2008

Cuando muere el verano

Me he convertido en un completo embustero cibernético. Lo sé. Aunque quizá lo más grave sea que cada vez me va dando más igual. Funcionó a días de un tiempo a esta parte; unos, poco; la mayoría, nada. De ahí que mis ya infinitos propósitos por dejar instantáneas de mi vida y de mi mente en Imaginia se conviertan apenas en un papel dentro de una botella lanzada al mar. Sin corcho alguno que provoque el vació dentro del cristal, por supuesto. Ando peleado conmigo mismo por diversos tropiezos y supongo que esa relación de amor-odio interior está perjudicando a esta pequeña ventana.
Desde hace algún tiempo manejo la idea de echar la persiana para no tener que preocuparme nunca más de Imaginia. La manejo entre mis dedos empezando por el meñique. De ahí pasa por el hueco que le separa del anular, rodea éste hasta llegar al corazón y apenas le quedan unos segundos para saltar al índice antes de alcanzar el pulgar. Una vez completado el recorrido, salta sin parecerlo hasta la otra mano y empieza su recorrido de nuevo. Supongo que es algo injusto, incluso puede que cruel teniendo en cuenta todas las esperanzas e ilusiones que le regalé, pero me siento en la obligación de dejar de atormentarme a diario con historias, fotografías y toda clase de chascarrillos que me dicen muy bajito justo detrás de la oreja: Quizá merezca una historia imaginiaria. Mi mente lo agradece, pero la pereza ha ocupado el lugar sobre el que habitualmente descansaba mi sombra y ha decidido no abandonarme durante un plazo supongo que indefinido.
Me da por pensar que es el verano. En el verano siempre pasan cosas para que nada vuelva a ser igual que en el pasado. Al fin llega el momento que cualquiera espera con ansía a lo largo del resto de los once meses. Los días de descanso, las tardes eternas al sol bañadas con cerveza, el serpenteante cosquilleo que transmiten las olas del mar a través de los pies y tantos cientos de miles de pequeños detalles que desembocan sin remedio en una conclusión universal: Algo tiene que cambiar, no puedo seguir así. A raiz de ahí uno se siente obligado a tomar decisiones que antes ni hubiera imaginado antes de que desaparezca esa brisa que indica que muere el verano y todo debe volver a la normalidad.
Tampoco es que me haya planteado matar a Imaginia a lo largo del estío, pero sí que sigue aún algo vivo ese propósito de cambio. Y algunas cosas ya han cambiado. Quiero pensar que para bien, aunque nunca se sabe... Me di un tiempo con estas letras, con la condición de recuperarlas poco a poco. No me sentí bien, ni tampoco extraño. Pensé en ello de cuando en cuando sin que ningún sentimiento ni remordimiento ganara la batalla interior. Me dejé llevar, como piden las noches y días estivales, y acabé de nuevo aquí, descubriendo un comentario que me recuerda que volví a mentir en doce míseras palabras.
Como no podía ser de otra manera, prometo más atención de aquí en adelante. Quizá el verano y sus promesas de cambio ligeras ya hayan acabado para mí. De todas formas no me tengan demasiado en cuenta por si acaso. Aún me quedan 16 días de vacaciones...

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