martes, 5 de julio de 2005

Diez minutos menos

Hay momentos en la vida en los que uno se siente fuerte. Días en los que el mundo parece tener otra cara, una más amable y sincera. Es entonces cuando se está por encima del bien y del mal, por encima de todo. Nada puede con nosotros. Sin embargo, esa confianza suele resultar un arma de doble filo. Mientras se aprende a sentirse invencible, a creer y confiar más en uno mismo, la altura con el suelo va creciendo rápidamente. Y les aseguro que no es una buena sensación caer desde tan alto. A veces las preguntas pueden hacer más daño que las respuestas, aunque apenas tengan cuatro simples palabras. Cada una de ellas te golpea el alma para descubrir de nuevo que eres humano. Basta con un simple: ¿Hace cuanto tiempo fumas?



Fue una pregunta que apareció de repente para hacer que me derrumbara por dentro. Me hizo mucho más daño del que jamás hubiera esperado. Primero porque llegó en un momento -como suele suceder con este tipo de cuestiones- en el que no me la esperaba. Y segundo, porque nunca me había parado a pensar que hace ya más de ocho años que lo hago. Y no es que tenga remordimientos por hacerlo, pero pararse a pensar que has pasado un tercio de tu vida (sí, aún tengo 24 años) aspirando y expirando humo te das cuenta de que la vida pasa demasiado deprisa. Todo esto no me ha llevado a plantearme el dejar de fumar, tengan en cuenta que lo único que me sorprende de este asunto es el fugaz paso de las horas.

Tras semejante pregunta, lo único que le importa a uno es el haberse dado cuenta de que el final está más cerca. De que la vida es, a su manera, injusta, porque algún día toda esa rapidez se detendrá de golpe. Será entonces cuando queden cuentas pendientes que ya resultará imposible saldar. Y eso es lo que veo injusto, tener que dejarse cientos de sueños por el camino por culpa del caminar de los segundos, por el tabaco o lo que sea...

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