jueves, 29 de septiembre de 2005

A veces pasa...

Suena un piano y me da por pensar cientos de cosas que jamás se me ocurrirían de no sonar ese instrumento en este preciso instante. Supongo que no me echaban de menos. Lógico, les tengo tan acostumbrados a mis ausencias que la pérdida por contagio se presenta como la única salida imaginable. ¿Alguna vez han pensado en lo dulce que suena un piano? A mí por lo menos me enternece, me amansa y me hace sonreir levemente, sin que se note que estoy feliz sólo por escuchar tres o cuatro notas.

Nunca supe tocar el piano. Lo probé, como cualquier mente inquieta prueba un centenar de cosas antes de pasar a la siguente, pero lo hice sin pasar de esas canciones en las que el único mérito es tocar un máximo de siete teclas para volver a repetir una y otra vez una melodia gastada.
Es uno de los recuerdos que guardó de mi infancia. En casa de mis tías sigue habiendo un piano. Hace mucho que no le pongo la mano encima, pero cuando apenas levantaba un palmo del suelo me convertía en el concertista por excelencia. El inquisidor de la tranquilidad. Ya saben, dos dedos torpes accionando un máximo de siete teclas en repetición constante.
Supongo que no les importa, yo tampoco me había parado a pensarlo hasta hace cinco minutos, pero hace años que no juego con el marfil de un piano. Tampoco tenía ganas de hacerlo a estas alturas, créanme, pero resulta que me dio por escuchar en la oscuridad la banda sonora de Finding Neverland (enorme película, por si alguno aún no la ha disfrutado) y se me vino a la cabeza aquella imagen de la infancia, encaramado a una silla soñando con saber tocar con acierto y maestría todas aquellas teclas. Lo grandioso del asunto viene a ser que todos aplaudían a pesar del pobre resultado artístico y musical, pero eso era lo de menos. Ahora tengo ganas de volver a situarme sobre aquella silla de cuero rojo para crear una dulce melodía; tengo ganas de ser escritor; de cambiar de aires; de que en los cumpleaños familiares siempre haya fanta de limón; tengo ganas de que la vida de un giro de 180 grados y no me maree; de que todo vuelva a ser como era antes, cuando no importaba qué teclas tocaras ni la melodía que sonara; tengo ganas de que todo deje de aburrirme a estas alturas... A veces pasa, uno escucha un piano...

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Mirentxu dijo...

Ay, la nostalgia... qué mala compañera. Es mejor la bebida!! (jeje, es coña). Nada, aprovecho para decirte que, a pesar de ser de Osasuna, yo toco el piano, y claramente no sólo la chocolatera en las teclas negras. Así q ya sabes, la próxima vez que vayamos a Zgza, ni Casa del loco ni historias: a Casa Tia Juanpi. Bueno,te dejo ya que tengo una apasionante clase optativa. See u.

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