martes, 27 de octubre de 2009

La muerte del principio



Septiembre de 2003 tuvo un inicio jodido. Me agarró una de esas gripes veraniegas que te asfixian cuando el calor todavía aprieta. Lo hizo justo cuando me vi obligado a apretar los dientes en busca de esas castañas que tarde o temprano uno tiene que comenzar a buscarse. Casi tres meses atrás presumía de haber finalizado la carrera de Periodismo y pasé un verano de esos que llaman ‘de prácticas’ y que realmente deberían llevar por nombre ‘de los encargos y asuntos nimios que a los contratados no les interesan’ en El Periódico de Aragón. Septiembre, como decía, se desperezaba mientras yo empezaba a apurarme al ver que mis años sin preocupaciones habían llegado a su fin.
El resto de becarios ya había abandonado el barco con el cambio de mes mientras yo apuraba mis esperanzas. Pasada una semana, la gripe comenzaba a ser apenas un par de estornudos que ya no esperas mientras la realidad fundía a negro. “Por el momento no tenemos hueco, pero si surge alguna oportunidad en el futuro te llamaremos”. Hablaba Jaime Armengol, director todavía hoy de El Periódico de Aragón. Instantes antes, yo trataba de pactar un futuro en el diario derribando cualquier tipo de traba contractual o dineraria. Había que hacerse un hueco, y acabé yéndome a casa.

El primer día después dormí mucho; el segundo no me importó; el tercero me fui por ahí, que siempre es agradable; el cuarto pasó sin que lo recuerde; el quinto, el sexto y el séptimo quisieron ser como el cuarto; al octavo me apuré; y al noveno actué. Exprimí mi tarde y la guía de medios de comunicación regionales y nacionales de la web de la Moncloa para disparar mi currículum a toda aquella empresa que empleara a juntaletras. Al borde de la cena, una llamada me citó al día siguiente en el hotel Palafox. El diario Metro abriría una delegación en Zaragoza y el proceso de selección se aparecía inminente. Me presenté con una carpeta de páginas de mi verano en El Periódico de Aragón y el tipo me convenció. De regreso a casa otra llamada me citaba al día siguiente. Dije que iría sin fe ni ganas, no quería. Metro me prometió dos meses de formación en Barcelona, demasiado reclamo para alguien a quien le atrae demasiado esa ciudad en un momento en el que la juventud, la inconsciencia y la ausencia de obligaciones le gobiernan. Como era de esperar mi madre desaprobó el plan, pero no me importó. Suerte al menos que me obligó a acudir a mi cita de la mañana siguiente. Era Equipo, un humilde diario deportivo aragonés. La casualidad, el destino o como lo quieran llamar quiso que la respuesta de Metro llegara justo cuando cruzaba la puerta de Equipo, así que omití la llamada a la espera de un instante más idóneo. Decidí resuelto que primero pasaría el trámite y después devolvería la llamada con mi respuesta afirmativa. Siempre dudé de Equipo, pensé que me hablarían de coger resultados de fútbol regional los fines de semana o de encargarme de las noticias polideportivas y eso a mí, no por nada en particular, no me interesaba en absoluto. El entonces director me paseó por la redacción, me presentó a algunos de los presentes y me habló de proyectos y condiciones en su despacho. El final fue inesperado: “Trabajarías en la sección del Real Zaragoza, ¿cuándo podrías empezar?”. No había duda, “hoy mismo”. Hoy fue realmente mañana y el mensaje que Metro dejó en mi contestador nunca recibió respuesta. Me esperaban en Barcelona en un par de días, pero ya no quería ir. Un 20 de septiembre, diez días después de haberme visto abocado a la nada, comenzó una etapa que acabaría durando cuatro años y tres meses. Armengol no mentía en el fondo, me recomendó en cuanto tuvo ocasión.

Rebobinando los recuerdos, muchas veces he cuestionado lo torpe que fui en mi actitud horas antes de que Equipo me diera la oportunidad de empezar a ser periodista más allá del verano. Apenas había comprado aquel diario tres o cuatro veces en mi vida y poco conocía sobre él. Quizá lo menosprecié en parte por desconocimiento y una errónea creencia de pequeñez empresarial y profesional. Equipo acabó siendo un antónimo absoluto y me lo demostró al primer día. Medía página fue para mí, así, de primeras. Hice una información sobre una rueda de prensa de Gabriel Milito que titulé, previa recomendación de no sé quién, ‘Milito, con un par’. A mi madre no le acabó de agradar que un periódico permitiera esos titulares. Mucho menos que el autor material en página fuera su hijo. Así no se puede presumir de descendencia… Guardé aquella página, como guardé cientos con mi firma en lo sucesivo de los días hasta que mi pereza dijo basta. Guardo además miles de recuerdos y anécdotas que jamás olvidaré, igual que guardo emociones inexplicables y el tremendo orgullo de haber trabajado en el que para mí fue durante mucho tiempo el periódico que me dio un hueco para crecer. El mejor periódico del mundo. Me resulta complicado de sintetizar, pero Equipo fue una familia en la que olvidar preocupaciones y cuya compañía me hizo extremadamente feliz en muchos momentos.

En Equipo aprendí muchas de las cosas que debe ser y hacer, y todas aquellas que se deben tratar de evitar, un periodista deportivo; tuve la oportunidad de ver al Zaragoza viajero en San Mamés, Mestalla o el Ruiz de Lopera (nunca ganó…); reí a carcajadas miles de veces; comí mierda a paladas, como la deben comer todos aquellos que aspiren a llegar a ser alguien en este empleo e incluso aquellos que pretendan llegar a ser campeones del mundo; di voz a las peñas en un suplemento exigente e infumable, con perdón; me enamoré; inventé dos páginas semanales de fútbol internacional por las que luego muchos me odiaron, con aparente cariño eso sí; descubrí al otro Katanas con nocturnidad; me escondí debajo de una mesa aquella vez que el Coli le lanzó una gracia absolutamente desafortunada a Paco cuando salía del despacho y lo acababan de despedir; miraba la televisión haciendo tiempo cuando recibí la llamada de mi hermano diciendo que la abuela acababa de morir; vestí los días de Copa del Rey durante semanas el mismo atuendo porque nos hizo creer a Nanín y a mí que era talismán; lloré como un bebé cuando el Zaragoza le hizo un 4-2 al Barcelona en aquella Copa; me derrumbé por completo cuando luego llegó el 6-1 al Madrid en semifinales; me odié por haber apostado por el visionado televisivo en lugar de haber acudido al estadio en ambos partidos; hice amigos inolvidables; provoqué el hundimiento del techo tras dejar el aire acondicionado encendido a 18 grados durante toda una noche de verano; no me pronuncié ante las preguntas sobre el incidente del techo el día que se descubrió el pastel; puse en una edición que el Zaragoza jugaría en Viena un partido de la UEFA en un campo en el que nunca llegó a jugar; tuve alguna decena de errores menores al anterior; me tomé la licencia de despedirme de los lectores en mi último texto finalizándolo con la frase ‘con ello les dejo’; y lloré por última vez el día del adiós.

Luego vinieron algunas cosas feas que no vienen al caso y que decidí dejar atrás hace tiempo, más cuando mi hermano me llamó el jueves pasado para decirme que ayer lunes Equipo cerró sus puertas para siempre. Me sorprendí de nuevo, como tantas otras veces antes me sorprendí en su redacción, aunque esta vez no me di a las lágrimas. Sólo busqué en mi memoria toda esta cantidad de vivencias y me sorprendí al encontrar tantas y tan frescas en mi memoria. Eso tiene un valor incalculable, tanto como que una vez trabajé en el que yo pensaba que era el mejor periódico del mundo. Un diario que ayer desapareció para siempre representando de forma trágica la muerte del principio. Mi principio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pequeño gran hombre quiero decirte que fueron días de oro los que cmpartimos allí dentro. Yo entré el 30 de septiembre de 2003 de la mano de mi maestro, cicerone y segundo padre Antonio Sierra, y casi cinco años más tarde busqué nuevos retos con la sensación de que dejaba atrás una escuela en la que aprendí lo poco que sé de este jodido oficio, pero sobre todo consciente de que había cohabitado rodeado de personas tremendamente singulares y que eran capaces de despertar en mí sentimientos que jamás borraría de mi castigada mente. Así ha sido. El domingo quise estar allí, rodeado otra vez de los chicos, como en las tardes de sufrimiento caísta. Mirando sus ojos abiertos al dolor de la pérdida irreparable. Los dijo Pedrito con los ojos anegados "ha sido un placer trabajar a vuestro lado, sois mi familia". Luego Nanñín consiguió dibujarnos una sonrisa en el rostro cuando en nuestras mentes sólo había desolación...
Allí se quedó una parte fundamental de nuestras vidas. Allí, en esas cuatro desnudas paredes que se ven en esa foto que tomé cuando salieron Evita y Coli tras enviar la última página de la historia de EQUIPO, se queda precisamente eso, un equipo que luchó contra los grandes con el espíritu de un colectivo que jamás se rindió ante nada ni ante nadie. Que la suerte os acompañe familia y ojalá la vida vuelva a juntarnos en el camino. Sed felices. Titín.

Anónimo dijo...

ha escrito un hombre. saludos y fuertes abrazos. Puga

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