El Sello Taxidermista fue un relato sobre un hombre,
aburrido de su trabajo, que un día decidió dejarlo todo para coleccionar
sellos. Comenzó primero guardando sellos bonitos, con estampas idílicas o
añorados paisajes. Poco a poco, fue ampliando el filtro hasta acabar aceptando cualquier
tipo de sello. Los recogía todos en álbumes de gruesas tapas relucientes y
páginas blancas. Comenzó a almacenar esos libros en las estanterías de su casa,
pero ante la magnitud de su afición filatélica, pronto se quedó sin espacio. El
protagonista solventaba el problema eliminando todo aquel objeto de su casa que
resultara accesorio para que sus álbumes de tapas relucientes repletos de
sellos pudieran descansar en algún sitio.
Así, ocupó habitaciones enteras, armarios, mesas y los pasillos de su casa, hasta que llegó un punto que apenas podía apilar esos álbumes de sellos ocupando el vano agujero que ofrecían las puertas. Una noche, soñó que recibía una carta con un sello en el que se ilustraba un perfecto paisaje dominado por un enorme sol de color negro, el mismo sello que le llevó a iniciar su abrumadora colección. A la mañana siguiente, aquel individuo despertó y descubrió que no podía salir de su habitación. Los álbumes habían ocupado la puerta por completo y su única vía de acceso hacia el resto de la casa había quedado anulada. Trató de buscar una salida, de derribar aquella montaña de sellos diferentes uno del otro, pero le resultó imposible. Apesadumbrado, se lamentó por no haber aprovechado aquellos pequeños tesoros y volvió a meterse en su cama a la espera de que llegara su hora final “como una exquisita reliquia de taxidermista”.
Así, ocupó habitaciones enteras, armarios, mesas y los pasillos de su casa, hasta que llegó un punto que apenas podía apilar esos álbumes de sellos ocupando el vano agujero que ofrecían las puertas. Una noche, soñó que recibía una carta con un sello en el que se ilustraba un perfecto paisaje dominado por un enorme sol de color negro, el mismo sello que le llevó a iniciar su abrumadora colección. A la mañana siguiente, aquel individuo despertó y descubrió que no podía salir de su habitación. Los álbumes habían ocupado la puerta por completo y su única vía de acceso hacia el resto de la casa había quedado anulada. Trató de buscar una salida, de derribar aquella montaña de sellos diferentes uno del otro, pero le resultó imposible. Apesadumbrado, se lamentó por no haber aprovechado aquellos pequeños tesoros y volvió a meterse en su cama a la espera de que llegara su hora final “como una exquisita reliquia de taxidermista”.
Aquel fue el primer relato que escribí, allá por finales de
2002. Hará un año más o menos, no recuerdo la fecha exacta, cometí el gravísimo
error de almacenar aquel preciado tesoro de apenas cinco páginas de extensión
en un disco duro portátil que unos cuantos días después decidió autodestruirse,
llevándose consigo todas mis pertenecías, incluido mi adorado Sello
Taxidermista. Seguramente lo crean exagerado, pero aquel resultó ser un momento
dramático. Más allá del valor sentimental que tuviera aquella humilde
redacción, El Sello taxidermista era una ventana en la que buscar inspiración a
la hora de escribir. Un trampolín desde el que saltar a historias nuevas. Un
espejo en el que poder encontrar la mejor manera de escribir.
En cierta medida, El Sello Taxidermista era yo. Un tipo con
anhelos de escritor que durante mucho tiempo acumuló ideas e ideas que nunca
llegó a desarrollar en un papel, simplemente las almacené y me dije ‘quizá
mañana os dé forma y volumen’, pero ese mañana nunca llegó del todo. Siempre
hubo pequeños intentos, pero nunca he escrito un libro. Sin lugar a dudas, es
una de mis grandes cuentas pendientes. Sin embargo, en cada intento, El Sello
Taxidermista era una inyección de ánimo. Cuando me atascaba, olvidaba todo y lo
leía una, dos, cinco veces y siempre llegaba un punto en el que mi nueva tarea
literaria arrancaba de nuevo hasta que agotaba mi escasa voluntad.
El día que fui consciente de su pérdida para siempre, me sentí
encerrado, como el protagonista atrapado entre sus álbumes. Nunca pensé que ese
final pudiera llegar a ser idéntico al que dibujé en aquel relato. Desde
entonces, dejé de acumular ideas, olvidé mi propósito de escribir al menos un
libro y abandoné por completo este blog, Imaginia, otro de mis grandes
refugios. La cosa es que desde hace algunos meses vuelvo a acumular multitud de
‘sellos’. No ha sido algo premeditado, pero no he podido evitarlo. Ese proceso
que he generado sin darme cuenta con cierta ilusión, también ha tenido mucho de
nostálgico, por que El Sello Taxidermista ya no está aquí para poner luz cuando
ante el papel todo son sombras y borrones. Y es en esta encrucijada extraña en
la que surge de nuevo Imaginia, como libreta de notas, como tarea obligada para
escribir, como homenaje a un relato ya perdido que muchas veces fue
inspiración. Como decía, desde hace algún tiempo manejo varias historias a las
que no consigo dar vuelo ni desarrollo, pero creo que ha llegado el momento de
afrontar de cara el reto. Analicé las opciones una por una y al final,
seguramente por deformación profesional, he decidido que voy a desarrollar una
historia sobre fútbol. Al fin y al cabo, sé que ésa sí que podré llevarla hasta
el final mucho mejor que otras. Por esta razón, por ese Sello Taxidermista y
por esa probable novela, humilde novela, Imaginia vuelve a estar en activo. Le
he lavado la cara, he eliminado cosas que no me gustaban o en las que no me
veía identificado y estoy dispuesto a potenciar otras nuevas. Sobre todo, he
vuelto a ilusionarme con estos nuevos retos, aunque el Sello ya no esté
conmigo.
2 comentarios:
Eres muy grande Monty, animo y lanzare de lleno en esta nueva aventura. Recio
Se te echaba de menos pequeño...
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