viernes, 18 de febrero de 2005

Una de pantallas

Empiezo a odiar el cine cada día con más virulencia. Pero es esa misma fuerza la que me lleva a ver más películas en cada vez menos tiempo. Un punto de locura sí que tiene esa frase sí. Es que resulta que cada vez que veo una -pero de esas que tienen algo, no me valen sólo los tiros más que una vez al mes- me quedo chafado; como pensando en qué puedo hacer yo para que me pasen esas cosas, en qué pasa con mi vida, en por qué alguien es capaz de imaginiar semejante historia que siento mia en cuanto aparecen los títulos de crédito... Encima, y para terminar de completar esta extraña fórmula, resulta que mis favoritas son las películas tristes, esas que te golpean bien adentro, y que cada vez me llevan a odiar más el cine, porque durante las dos horas siguientes a una película me gustaría vivir en ella y eso sí que es algo imposible. Como lo que sucede casi siempre en las películas, lo que pasa es que al menos te queda el consuelo de poder soñar con esa historia; aunque al final todo quede en eso, un consuelo.

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