martes, 11 de diciembre de 2007

Otros ojos, otros lugares, otras sensaciones

Mario me recomendó un libro la semana pasada y hace unos días me sorprendí a mí mismo en el interior de una conocida cadena de literatura, imágen y sonido. Sitio poco frecuentado por alguien que, por diversas razones que no vienen al caso (o quizá un poco sí pero que no me animo a enumerar), se declaró en huelga de capital ante música y vídeo. Todo con la sana intención de comprar aquel libro. Por cierto que me sorprendí doblemente cuando me comunicaron la estancia y estantería exactas en la que me esperaba; era el último; y mal encuadernado, con las tapas duras azul muy oscuro y el resbaladizo papel 'cubretapas' a la inversa que las letras del interior. Algo tenía que salir torcido, lo intuí desde el primer momento.

¡Un libro! Me sentí raro por momentos. Resulta que últimamente no me encuentro demasiado lector, por no decir que no me veo con un libro entre manos. No leo. Resulta algo curioso además porque a lo largo de veintiséis años de trayectoria no se puede establecer una cierta regularidad entre los libros y yo. O mucho o poco. Y gana por mucho éste último. Como el Real Madrid al Real Betis -sí, me cae simpático este último- en Ligas ganadas, 30-1, aunque la proporción seguramente se antoja demasiado exagerada. Apostando por la concrección, hace más de un año que tengo entre manos 'Iacobus' de Matilde Asensi y su trama me resulta en estos momentos algo demasiado difuso; he iniciado hasta en tres ocasiones sin constancia 'Ana Karenina' de Tolstoi; nunca he pasado del capítulo 3 de 'El Quijote' de Miguel de Cervantes Saavedra, por dibujar varios ejemplos. Aunque hubo épocas en las que me dio por devorar libros; etapas cortas pero intensas.
Tengo por habilidad perderme en detalles minúsculos de las historias rompiendo la armonía de todos mis relatos, pero todo esto viene a cuento de Nueva York, la capital del Mundo, dicen. Un fin de año en familia diferente, el primero lejos de alguna casa instalada entre mis lazos de sangre. Mario me advirtió de lo superficial de las guías al uso y fue directo: "Cómprate 'Historias de Nueva York' de Enric González" y a ello fui. De ahí lo de comprar un libro, algo que creo que no había hecho en mi vida más allá de manuales escolares y universitarios. Lo reconozco, es duro.
Una vez cumplida la misión, sentí un cierto cosquilleo, cierta ilusión. Me suele reportar un placer que no tiene definiciones posibles el comprar algo. Que sea nuevo. Que sea mío. No sé si lo entienden. Y lo cierto es que el consejo me ha sorprendido, porque Enric González trata exactamente lo que andaba buscando: historias cotidianas, lugares habituales con ese encanto que no interesa a la mayoría de los turistas. Me pierde el viajar, se podría decir que lo adoro. Muchas veces he pensado que si la vida diera 360 giros de 360 grados y mi cuenta corriente se multiplicará por infinito, esperaría mi momento final dando vueltas por el planeta. Incluso una vez pensé que quizá Melbourne no sea un mal lugar para el adiós.
Imposibles aparte, 'Historias de Nueva York' me muestra muchas cosas que deseo vivir. No soy de esos que anhela pisar los monumentos característicos de rigor para luego tener un interesante album fotográfico. Prefiero perderme para encontrar el sentir de cada sitio, digamos su significado, porque todas las cosas se erigen en lugar determinado por algo concreto y no por otra cosa. No pretendo alardear de aires bohemios, ni pasar por 'snob' reconvertido a la modernidad. Siempre lo he pensado así, en el fondo son las gentes de un lugar y sus costumbres las que te enseñan cómo se mueve el mundo y no un montón de piedras con varias décadas de antiguedad.
Lugares que por otra parte tampoco dejo de visitar, aunque lo hago sin la premura y velocidad de otros muchos. En el fondo son lugares que todos hemos visto en fotos y en televisión. No te los puedes perder, pero existen miles de lugares en los que seguramente disfrutaré más antes de examinar los lugares famosos al natural.
Mi inquietud, la fortuna y unos recursos aceptables me han permitido visitar diversos lugares del planeta y acumulo recuerdos magníficos. Pero todos ellos por lo que les digo, porque prefiero sorprenderme con que más del noventa por ciento de trabajadores del Burger King de Picadilly Circus sean hindúes; prefiero intentar adivinar dónde está la acera y dónde la calzada entre la marea de coches y personas que intervienen en una calle cualquiera de Marrakech (donde por cierto alcancé a leer tres libros en la tranquilidad del patio interior de un riad en apenas siete días); prefiero sufrir los regates de un joven que insiste en que en San Juan de Puerto Rico -ni en todo el país- existe una marca de cigarrillos llamada Lucky Strike y que le encantaría probar uno de los míos o escuchar el discruso pasional y entregado de un camarero del bar gracias al cual el mundo puede disfrutar de la piña colada; perfiero observar cómo un grupo de chinos logran emborracharse con menos de tres cervezas en un suntuoso y pequeño pub instalado en la primera planta de un edificio del West End londinense; prefiero intentar adivinar que en Goteborg, y en Suecia en general, las ventanas de cualquier callejuela lucen un candelabro con una vela encendida como tradición que se opone a que el sol se oculte a las tres de la tarde; o prefiero departir con una alemana que aprendió a hablar andaluz, aunque ella crea que es español, en un pub -o algo parecido- de Nuremberg en el que el humo del tabaco deja muy claro que la extracción no funciona o que puede que ni siquiera exista en ese local.
Y luego si acaso a ver los monumentos, pero no me quiten eso. 'Historias de Nueva York' no me lo ha quitado, es más, me lo ha regalado antes de que llegara. Me alegro tanto.

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