domingo, 14 de junio de 2009

Adiós, Palas Atenea


Nunca fui supersticioso. O al menos nunca me he percatado si en ocasiones lo soy. El 18 de mayo del año pasado me guardé en mi cartera una tarjeta del hotel Palas Atenea de Mallorca y la llevé siempre conmigo hasta hoy. Pero no fue por manía, simplemente fue una cuenta pendiente que 392 días después ha quedado saldada. La he llevado siempre conmigo desde ese día; la he odiado en muchas ocasiones por todo lo que recuerda. El Real Zaragoza bajó a Segunda División aquel día. Yo lo vi en directo.



Nunca pensé que el desenlace fuera a ser aquel. Viajamos en sábado envueltos en nervios. Pasamos el resto de la tarde en las mesas de cafetería que había en el hall del hotel compartiendo impresiones con todo el que quisiera compartirlas y vimos llegar al equipo. El Zaragoza llegó serio, sólo Sergio García ofrecía una sonrisa cuando le felicitamos los allí presentes por su convocatoria para la Eurocopa que acababa de conocer ese mismo día. Algo más tarde, antes de ir a cenar, Manolo Villanova paseaba por la puerta del hotel y me dijo: “Nos salvamos seguro”. Me lo dijo convencido. Yo le creí y abandoné mis dudas por completo. Tiempo después descubrí que, en aquel momento, era lo que me tenía que decir. Seguramente Manolo tampoco estuviera convencido, quién sabe, pero no podía decir otra cosa que no fuera que el Zaragoza no iba a descender. Es curioso la fuerza que tienen las palabras, seguía nervioso pero desde entonces fui optimista. Por si acaso, un grupo de compañeros ocultamos nuestros miedos bajo el alcohol para intentar olvidar aquel instante. Desperté con la luz encendida y sin recordar apenas nada de las últimas horas de la noche, pero la angustia no se había ido. Al menos me había puesto el pijama…

La mañana pasó lenta, muy lenta, aunque al final llegó el momento de ir al Ono Estadi. Me senté solo en el autobús y gasté el trayecto mirando por la ventanilla sin conversar con nadie. Creo que por entonces ya no creía tanto a Manolo Villanova como en la tarde anterior.

Mario tenía razón. La tarde anterior, al poco de aterrizar en Mallorca, hablamos un buen rato por teléfono y me dijo algo que no olvidaré en la vida. “El momento más acojonante es cuando entra la afición al campo. Entonces, se te caen los huevos al suelo y piensas ‘vamos, que tenéis que ganar por esta gente joder’”. Explicado así quizá no se entienda demasiado bien, pero es absolutamente real. La afición del Zaragoza llegó cuando todavía faltaba más de una hora para que comenzara el partido. Llegó con tantas ganas e ilusiones que los pelos se ponían de punta y la angustia crecía más pensado qué sería de aquella alegría si el equipo bajaba. Había más de mil personas, todas se escondieron en los pasillos cuando comenzó a llover. Jamás he vuelto a ver llover así. Fue injusto porque la tormenta alargó la agonía y retrasó el partido una hora. Las gradas se quedaron vacías e incluso bromeé con Pedro en nuestro asiento sobre la posibilidad de que se suspendiera y tuviéramos que quedarnos en Mallorca un día más. En el fondo yo no quería eso, pero suponía una forma de evadirnos de la realidad y retrasar, aunque sólo fuera de manera imaginaria, lo que tenía que suceder. Pero no fue así, los cantos de la hinchada zaragocista rugían en los pasillos. No se veía a nadie, pero se les podía sentir de una manera descomunal.

Luego vino el desastre. El Mallorca se puso 1-0, el Zaragoza avivó la esperanza con un 1-1 que le permitía salvarse y al final acabó perdiendo 3-2 y se fue a Segunda División.

Más tarde, un numeroso grupo de aficionados abroncó a los jugadores en el aeropuerto como se puede ver aquí.


Cuando los periodistas llegamos al aeropuerto, también recibimos nuestra parte. No fue tan exagerado como en el vídeo, pero resultó muy angustioso. Tuve la suerte de ser un perfecto desconocido y así me zafé de los ataques verbales personales. Otros corrieron peor suerte. La indignación llegó a tal punto que un hombre estampó en el suelo el monitor del mostrador de embarque ante la atónita mirada de la azafata. El vuelo iba con retraso. Una vez que la agitación bajó el nivel, L. me llamó desde Soria. Celebraba el ascenso del Numancia. Yo me fui a una silla, lejos de todos, y lloramos juntos. El Zaragoza sólo me ha hecho llorar dos veces. La primera fue horas después de que le birlara la Copa del Rey al Madrid con un partido supremo. El periodismo no te permite disfrutar de ese tipo de momentos en el acto y las emociones te afloran al rato, cuando ya lo estás celebrando. La segunda vez fue aquella noche en Mallorca. Cuando colgué, levanté la cabeza y avisté al tipo que fue diciendo a personas del club que yo fui a una concentración anterior del equipo en Barcelona con malas intenciones. Nada que ver con la realidad, por supuesto. Lo odié como nunca antes.

Llegué a casa sobre las tres de la mañana y me eché a dormir. Al día siguiente ordené mis cosas y fue entonces cuando descubrí la tarjeta del hotel. Quise estrujarla, pero al final decidí guardarla hasta que todo volviera a su inicio. Ayer, el Zaragoza ascendió a Primera División. Se me escapó alguna lagrimilla, pero sentí una satisfacción tremenda sabiendo que ya podía deshacerme de esa tarjeta y sacarme de encima esta historia que desde hace tanto tiempo deseaba revelar. Sólo el gran Andrés la conocía y ayer, nada más verme por la noche, me preguntó: ¿Y la tarjeta? “Mañana”, le dije. Y mañana llegó y Palas Atenea desapareció al fin de mi vida.
Adiós.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy Bueno Monty, como todo lo tuyo.

Elia

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