martes, 9 de junio de 2009

Memoria previa a un ascenso (II)

A veces me gustaría retener en mi conciencia la promoción ante el Murcia. De aquel partido de vuelta en La Romareda cuando todavía existían las entradas de pie, las que valían 100 pesetas y cuando Vitín tenía el gesto algo asustadizo y una mayoría de edad menos. He visto varias veces el resumen del partido de vuelta (hay uno que me encanta en el que se suprimió la voz del narrador para dejar el sonido ambiente; así deberían ser todos los resúmenes y retransmisiones ya que el fútbol es de la gente y resulta justo escuchar también sus reacciones ante lo que sucede). Supongo que aquel día estaría perdiendo el tiempo en cualquier lado en lugar de seguir la narración por la radio para celebrar que el Zaragoza escapaba de caer a Segunda en un partido a vida o muerte. Quién sabe.



Era 19 de junio de 1991; yo acababa de cumplir diez años catorce días antes y no lo recuerdo. La primera vez que tengo constancia de mi interés por el fútbol la establezco en el Mundial de Italia 90, un verano antes de aquello. No sé cómo viví los tres goles de Míchel a Corea en la primera fase, pero no olvido el transcurrir de los octavos de final. En el autobús escolar de regreso a casa el conductor sintonizó el Yugoslavia-España y pocos se atrevieron a abrir la boca durante el trayecto ante la mayoría silenciosa de futboleros. Mi hermano mayor y yo bajamos a toda prisa en nuestra parada y corrimos a casa para ver la segunda parte que se acababa de iniciar. Gritamos con cautela el gol de Julio Salinas a escasos diez minutos del final que dejaba el partido 1-1, pero nos decepcionó un tal Stojkovic con un gol de falta que mandaba a la selección a casa. De aquel Mundial también recuerdo que, contraviniendo las normas de la casa, mis padres colocaban en la sala de estar una pequeña mesita de madera y una silla de mimbre que había en mi cuarto y allí cenaba mientras observaba algunos partidos, alterando la rutina diaria de esa escena en la cocina. Me acompañaban sentados en el sofá y reían cuando yo me arrancaba a carcajadas cada vez que escuchaba el nombre de Luis Gabelo Conejo, portero de Costa Rica, o jaleaba al camerunés Roger Milla, mi favorito de aquel Mundial, cuando tuvo en su mano a Inglaterra en cuartos y al final Camerún se dejó comer la tostada. Me fascinaba entonces que un grupo de jugadores negros pudieran ganar a Inglaterra.

De aquella promoción entre Zaragoza y Murcia, me fascina ahora el ambiente que se generó aquel día en La Romareda. He podido ver las gradas a reventar e incluso bengalas, algo impensable hoy en día. La gente celebró el contundente 5-2 saltando al césped del estadio. Algo que también me resulta algo impensable a día de hoy. Esta semana me da por establecer paralelismos entre aquel partido y el de este sábado ante el Córdoba pese a que representan sentimientos radicalmente distintos. Entonces había miedo por un desenlace inesperado. Ahora hay ilusión por ver realizado el constante anhelo del regreso a Primera que tuvimos durante todo este tortuoso curso. Sin embargo, en ambos momentos quiero adivinar pasión y una entrega total a un equipo. Y eso me gusta; y me altera.

Creo que no ha sido buena idea iniciar este humilde serial. Cada día que pasa estoy más nervioso y digamos que esa resolución no me viene nada bien cuando se apagan las luces y me abraza la almohada. El problema es que no puedo evitar recordar miles de cosas ahora que el Zaragoza va a regresar a Primera División. En el fondo soy un contrasentido. Los nervios empiezan a dominarme, pero estoy convencido de que el sábado vamos a ganar. También lo estoy de que me colaré en el vestuario. O de que al menos haré todo lo imposible para lograrlo.


Aquí el resumen del 5-2:

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