lunes, 8 de junio de 2009

Memoria previa a un ascenso (I)

La primera vez que vi un gran partido del Real Zaragoza en La Romareda tenía 15 años. Como rival actuaba el Rayo Vallecano y el desenlace del espectáculo fue un 3-2 sellado por un enorme Morientes casi sobre la hora y bajo una manta de agua que pobló la grada de paraguas. Siempre defiendo que fue el primero, aunque a lo largo de los años me he cuestionado sobre la veracidad de este recuerdo en varias ocasiones. Es decir, si realmente aquel fue mi primer gran partido en el templo del fútbol, como me gusta llamarlo desde que se lo oí un día a Pedro Luis.
Por mucho que he buceado entre mis recuerdos no he logrado encontrar otra ráfaga que pueda establecerse como anterior en el tiempo. El problema es que mi memoria no retiene mi infancia de una manera lineal. Simplemente se limita a guardar pequeños flashes que evocan instantes concretos y no la progresión de una adolescencia. Incluso muchas veces tengo serios problemas para adivinar si el profundo corte que me dibujó en el dedo meñique un cristal roto del patio de mi casa fue anterior o posterior en el tiempo a la caída libre del tobogán. Por ejemplo. En este caso, sé que no fue mi primer partido en La Romareda. El primero fue un Zaragoza-Deportivo, un par de temporadas antes, en el que Pardeza marcó el gol del triunfo tras un pase genial de Cafu, entonces campeón del mundo con Brasil. Fue lo único bueno que le vi al brasileño en sus seis meses en Zaragoza. Eso lo doy por seguro.

Pese a la conjetura, puedo asegurar que acierto. Sé que fue así porque recuerdo la liturgia de la semana y la emoción de los días previos. Las entradas se vendían en un pequeño puesto de la planta de deportes de El Corte Inglés o en las taquillas del estadio. Valían mil pesetas. Yo opté por la primera opción; me caía mucho más cerca de casa. No me importó el incordio de la lluvia. Cogí mi bufanda, un paraguas y algo de dinero para comprarme antes del inicio una coca cola y unas pipas y salí de casa decidido. Mi primo y yo nos sentamos en el fondo norte, cerca de donde ahora se asienta el Ligallo. Afortunadamente, nuestras butacas quedaban cubiertas por el tejado, concretamente estábamos bajo el marcador de ese lateral, y no nos mojamos. El partido fue emocionante. Zaragoza y Rayo luchaban por escapar del descenso. Los visitantes se pusieron 0-2 en menos de veinte minutos mientras mi primo y yo maldecíamos haber elegido aquel partido y no otro anterior. “Llueve, está claro que era una mala señal”, compartíamos. Minutos antes del descanso, el Zaragoza marcó el 1-2 y eso nos permitió divagar durante todo el descanso con la remontada. Y comer pipas. La remontada llegó en un final inmejorable. Me marché a casa muy feliz. Semanas después, el Zaragoza confirmó que no iba a descender y el Rayo se fue al cuerno tras perder en la promoción con no sé quién. Con su partido se despidió aquella extraña liga de 22 que se inventaron entre cuatro equipos y una Federación.

Tras aquel han venido unas cuantas tardes y noches para el recuerdo que sería demasiado costoso describir ahora con la quietud que merecen. Quise hablar de este partido por ser el primero del historial de emociones. También porque hace poco encontré en Youtube cientos de video-resúmenes históricos, y no tan históricos, de partidos del Real Zaragoza. Y buceando entre todos ellos encontré éste y casi me dio por sonreír al recordar buena parte de los instantes que viví aquella tarde.
Aquí el resumen:

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