Hay gente a quien le resulta algo obsceno la celebración de
ayer de los simpatizantes del Partido Popular en la calle Génova y ese salto
amagado de Mariano Rajoy al poco de aparecer henchido y sonriente en el balcón
de la sede de su partido. En cierta medida, seguramente tengan razón si
atendemos a que se hace cargo de un país con más de cinco millones de parados,
saqueado en lo económico y herido en cuanto a capacidad de liderazgo en una
Europa en la que todos le miran con malos ojos. Pero deben entender que Mariano
también tiene sus razones para ser feliz por un ratito. Y sus votantes a escenificar
una especie de liberación interior. El saltito en cuestión no ha agradado, pero
resulta un hecho inherente a un político que gana las elecciones.
Aquí pueden ver el de Mariano ayer:
Aquí el Zapatero en 2004 (si desean ahorrarse el palabreo
avancen hasta el 6’48’’):
Estos días se ha hablado y se hablará mucho de política. El
asunto resulta cada vez más complicado. Los hay que saben lo que dicen y los
que no; los hay que votan y los que no lo hacen; los hay que saben qué piensa
hacer el PP porque han perdido un poco de tiempo ojeando su programa y los que hablan
según esas generalidades, creencias comunes y esa política del miedo que se
asocian a sus siglas, sean verdad o no. El asunto es complicado. ¿La llegada de
Rajoy será la solución? Quién sabe, aunque esperemos por el bien de todos que
la respuesta sea sí.
Por el momento, parece que hemos salido ganando. Ahora
tenemos un presidente que sabe saltar y, pese a ello, no abusa en la ejecución.
Sólo uno y agarrado a la barandilla para afianzar su elevación. Eso sí, hemos
perdido en gracia. Sinceramente ayer eché de menos ese salto de la rana que ejecutaba
Zapatero y que tantos buenos ratos me hizo pasar. Ese rictus de sonrisa
forzada, esos hombros inamovibles, esos brazos estáticos y antiestéticos… Una
pena.
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