lunes, 19 de diciembre de 2011

Jim Harbaugh--Eric Taylor--Joe Montana




Jim Harbaugh está rompiendo moldes en la NFL, pero hasta alcanzar este punto hay que tener en cuenta varias consideraciones. El football le viene de familia. Su padre, Jack, veterano entrenador universitario, seguramente tuvo mucho que ver en su pasión por este deporte. Su fuerte temperamento también explica la razón de su éxito. Aunque por encima de todo, están las ganas de ganar. Baste como ejemplo el incidente que protagonizó en 1986, durante su etapa como quarterback en la Universidad de Michigan. Aquel año, durante un entrenamiento, Harbaugh atacó a un receptor. ¿La razón? Éste dejó de correr al ver que el pase de Jim se pasaba de largo. Aquella reacción le valió una temporada nada agradable en lo personal, aunque finalmente, según reconoció su entrenador de entonces, entendió que no todo el mundo estaba dispuesto a competir como él.


Años más tarde, sucedería algo similar. Tras catorce temporadas jugando en la NFL (repartidas entre Chicago Bears, Indianapolis Colts, Baltimore Ravens y San Diego Chargers) de manera destacada, completó el último paso que le faltaba para culminar el mapa mental que tuvo bien claro desde su infancia: entrenar. “Quería jugar en Michigan, tener una carrera de 15 años en la NFL y luego ser entrenador" recuerda su padre. El lento ascenso hasta el banquillo de los San Francisco 49ers comenzó en puestos de responsabilidad menor que le sirvieron para ganar experiencia y abrirle la puerta de la Universidad de San Diego. Allí, en su primer año, sucedió el hecho al que aludía al inicio de este párrafo. Era tal su intensidad, su pasión y su exigencia que hasta diez jugadores abandonaron el equipo porque descubrieron entonces que el football no era lo suyo. No querían trabajar tan al máximo. Tras ganar dos títulos de Conferencia en San Diego en tres años, pasó a dirigir al equipo de la Universidad de Stanford, donde en cuatro años fue subcampeón de la Sun Bowl y, en 2010, ganador de la Orange Bowl. Estaba claro que había llegado su momento y el 7 de enero de 2011, apenas cuatro días después de su triunfo en la Orange Bowl, firmó como entrenador jefe de los San Francisco 49ers.

Para mí, Jim Harbaugh ha sido un gran descubrimiento esta temporada. En cierta medida, me recuerda a Eric Taylor, aquel entrañable y fascinante entrenador al que daba vida Kyle Chandler en la serie Friday Night Lights. FNL es una serie de football sin ser una serie de football. Refleja los problemas y progresos de un entrenador de instituto y un grupo de chicos, pero uno cometería un error si la desprecia por ser una serie de football. Apuesto a que le sorprenderá si le da una oportunidad. Como decía, Eric Taylor es un personaje que cautiva. Gracioso, entrañable, severo, estricto y adorable al mismo tiempo. En cierta medida, Jim Harbaugh me recuerda a él. No sólo por la pasión con la que vive cada partido, sino por detalles tan simples como calentar él mismo a algunos de sus jugadores antes de cada partido. En un cuerpo técnico repleto de todo tipo de ayudantes y coordinadores y con el que se podría alinear más de un equipo de fútbol, este detalle salta a la vista.

Harbaugh ha firmado 10 victorias y sólo 3 derrotas en su año de estreno (esta noche se enfrenta a los potentes Steeleres). Nadie confiaba en él. “Toda la gente con la que hablé pensaba que iba a hundirse con los 49ers” declaró hace pocos días a la ESPN una persona de su entorno más cercano. La historia jugaba en su contra, ya que la mayoría de los entrenadores universitarios que dieron el salto a la NFL fracasaron. El escenario además estaba lleno de cristales. Harbaugh se hizo cargo de un equipo en plena renovación, plagado de jóvenes de rendimiento incierto y con el contratiempo de afrontar un verano de Lockout (no sólo en la NBA hubo problemas) que dejó la pretemporada en apenas seis semanas. Pero Harbaugh es diferente. El novato ya se ha proclamado campeón de la división NFC Oeste y tiene asegurado un puesto en los playoffs por el título.

La culpa la tiene un bloque que parece funcionar a la perfección, sobre todo en defensa, y que está liderado por Alex Smith, un quarterback que hasta la llegada de Jim Harbaugh sólo había levantado dudas a lo largo de seis temporadas. Precisamente él fue uno de los primeros asuntos que decidió resolver el entrenador. Al poco de hacerse cargo del equipo lo llamó a su despacho. Smith esperaba malas noticias y Harbaugh se limitó a enseñarle durante unas cuantas horas videos con acciones suyas en diferentes partidos. Tras cada jugada le preguntaba sobre el por qué de cada acción o cada pase, pretendía ahondar en el sistema de decisiones de Smith para conocer su funcionamiento y tratar de corregirlo. Aquella suerte de ejercicio de motivación o cambio de hábitos tuvo su efecto. Alex Smith no se ha convertido en uno de los quarterbacks destacados de la NFL, pero hace su trabajo con mayor eficiencia para guiar a su equipo a victorias que es lo que cuenta.

Alex Smith no es Joe Montana, aquel quarterback para la historia de los 49ers en la década de los 80. Posiblemente, nunca llegue a serlo. Sin embargo, comparte con él la misión de guiar a San Francisco la victoria en la Superbowl, aunque el reto es complicado. Montana, ídolo para todos los fans de los 49ers y del football en general, logró cuatro de las cinco Superbowls que ha ganado San Francisco en su historia. Fue una referencia, un fuera de serie, y con el paso del tiempo su labor adquirió una dimensión tal, que fue reconocido como el mejor quarterback de todos los tiempos. Faenas como la que pueden ver aquí abajo, el épico e histórico ‘Drive Montana’ en la Superbowl de 1989 ante los Cincinnati Bengals, convencen a cualquiera de lo acertado de esa decisión:


Smith no es Montana; los 49ers no son aquellos 49ers que machacaron en los 80, y Jim Harbaugh todavía tiene cosas que mejorar para hacerse un sitio en la historia de la NFL. Sin ninguna duda, sé que tarde o temprano será campeón de la Superbowl, aunque quizá este año le resulte complicado. Eso sí, se le vienen encima años de gloria. Eddie DeBartolo Jr., dueño de aquellos 49ers de leyenda, lo tiene claro: “Este equipo es mejor que los 49ers de 1981”.

Foto: Jim Harbaugh en su etapa como entrenador en la Universidad de Stanford. (Orlandosentinel.com)

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