Si tuviera que pedirle un deseo a este 2012 que acabamos de
estrenar, sin duda sería la permanencia del Real Zaragoza en Primera División.
No acostumbro a ser pesimista, pero no tengo muchas esperanzas depositadas en
esa ilusión. Resulta más que nada una aplastante lógica matemática. Obrar el
tercer milagro consecutivo resultaría poco probable estadísticamente hablando.
Posible, sí, pero tengan en cuenta que no existe nadie que pueda vivir
eternamente sobre el alambre. Tarde o temprano llega un despiste, uno se duerme
o, simplemente, se queda sin fuerzas. Ya les sucedió a equipos como el Rayo
Vallecano, la Real Sociedad o el Valladolid en la última década.
En ese periodo, el Real Zaragoza casi siempre jugó con una
navaja apretando su garganta. Ahí se fue dos veces al vació y en al menos cinco
estuvo bastante cerca de despeñarse. Ahora, cada vez más, juegan en su contra
las fuerzas. El desgaste al que le ha sometido Agapito Iglesias durante los
últimos cinco años y medio ha dejado vacía la hucha y un vestuario escaso de
talento. Dos condicionantes sobre los que explicar el continuo naufragio. El
problema es que esa herida cada vez es más grave, y esta vez parece tener
difícil solución.
Agapito se ha regalado un nuevo entrenador estas Navidades.
El octavo desde su desembarco en junio de 2006. Lo ha hecho además a su estilo,
dejando correr la semana de vacaciones de la plantilla para largarlo justo el
día antes de que los jugadores volvieran a entrenar. ¿Para qué ganar nueve días? debió preguntarse. En realidad no perdió nueve días, sino muchas semanas.
Tantas como veces dijo Javier Aguirre que estaba con fuerzas para guiar el
barco a ninguna parte. Completado el relevo, Agapito ha decidido también
hacerse a un lado y que otro ponga la cara. Yo lo tomo como un nuevo malabarismo.
Sigue siendo el presidente y dueño de las acciones, y por mucho que los recién
llegados tengan plenos poderes, la pelota sigue siendo del soriano y no lo veo
prestándosela para que jueguen.
Foto: www.realzaragoza.com
Ajeno a esa negociación de poderes, Manolo Jiménez tiene
ante sí el reto que antes ya completaron José Aurelio Gay y el propio Javier
Aguirre la temporada pasada. Su llegada ha causado buena impresión. En realidad
todas las llegadas de nuevos entrenadores generan ilusión. El discurso cambia,
los entrenamientos en la Ciudad Deportiva y la actitud de algunos jugadores también
y hombres a los que antes no les poníamos cara comienzan a hacerse
habituales. Es un ciclo normal dentro del fútbol. Pero con buenas palabras y
mejores sesiones a veces no basta. No creo que Manolo Jiménez sea una elección
desacertada, tampoco creo que sea un excelente entrenador. Realmente no creo
nada. Lo único que me preocupa es que tenga fútbol y suerte, que en el fondo es
lo único que le puede ayudar a salvar el marrón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario