viernes, 5 de abril de 2013

El Zaragoza de la gente

Sapunaru, jaleado por varios aficionados al subir al autobús.

"Tendremos a muchos kilómetros una afición volcada, y tenemos que hacer que se sientan orgullosos: el 'Sí se puede' nació en Zaragoza y los primeros que tenemos que creérnoslo somos nosotros". Son palabras de Manolo Jiménez esta misma mañana. El primer partido realmente decisivo ya está aquí.

Vengo de las oficinas del Real Zaragoza, donde decenas de aficionados se han (nos hemos) agolpado para jalear y animar al equipo en su partida hacia La Coruña, donde mañana sábado se juega algo más que un partido. La desafortunada baja de Apoño y la incomprensible (al menos para mí) baja de Rochina no deben ser un problema, aunque de facto lo parezcan. El Zaragoza debe sobreponerse a toda adversidad y demostrar en Riazor que de verdad quiere quedarse en Primera División. Alcanzado este punto de la temporada, ya no cabe ninguna excusa. A este equipo sólo le vale ganar, su afición lo merece.

Gijón en el recuerdo

El encuentro, por la exigencia y la importancia, me recuerda mucho al que se vivió la temporada pasada en El Molinón. A falta de ocho jornadas, todo lo que no fuera ganar dejaba al equipo aragonés completamente desahuciado. Postiga alimentó la esperanza con un gol antes del descanso, pero Eguren empató al poco de la reanudación haciendo parecer que todo estaba perdido. Una jugada de fe de Zuculini, a la que Lafita le puso el pie para hacer el 1-2, hizo que el Zaragoza recuperara la vida y la fe. Quedaban entonces siete jornadas y un abismo de cuatro puntos hasta la salvación que al final fue salvado con éxito. En aquel día estuvo la clave.

La afición zaragocista, en uno de los fondos de El Molinón.


Es uno de los grandes recuerdos que guardo. Viajé a Gijón con Jorge, Paula y Pablo en el que seguramente es uno de los mejores viajes que he hecho en mucho tiempo. Fue un fin de semana perfecto (sin contar que al poco de salir de Zaragoza tuvimos que dar media vuelta por un pichazo...). Durante el día nos cruzamos con decenas de zaragocistas convencidos del triunfo y, en la hora de la verdad, ellos se dejaron la voz en la grada mientras yo sufría en un pequeño palco de prensa. Jamás olvidaré como saltamos eufóricos en aquel espacio reducido Santi Valero (compañero de El Periódico de Aragón) y yo, para fundirnos finalmente en un abrazo final casi llorando.

No espero un partido tan angustioso como aquel. En realidad el Zaragoza no está tan amenazado por la clasificación como entonces. Lo que sí espero es que el equipo sepa responder como en aquella tarde en Gijón y le dé a su gente la alegría que merece. Esta tarde, en las oficinas, mucha gente ha vuelto a dar una lección de zaragocismo, y esos ejercicios de fe merecen una recompensa.


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