jueves, 6 de junio de 2013

El presidente se larga

Fernando Molinos, durante una entrevista. Foto: El Periódico de Aragón
Hay cosas en la vida, mucho más en el fútbol, que resultan extrañamente sorprendentes. Nada más bajar a Segunda División el presidente del Real Zaragoza, Fernando Molinos, aseguraba lo siguiente: "En este momento, por descontado, no voy a abandonar el Real Zaragoza salvo que vea que haya motivos justificados. Estaré pegado al Real Zaragoza si me necesita". Apenas cuatro días después, el miércoles 5 de junio, confirmó en varios medios que se largaba. Ver para creer.

Molinos aludió a un "ejercicio de responsabilidad" y adornó el discurso asegurando que siempre estará al lado del club para lo que necesite y ese tipo de lisonjas que se emplean en una despedida. Ciertamente, el destino de Molinos en el club tras esta temporada se dibujaba en forma de salida, si se atiende a que firmó un compromiso de apenas un año de duración, pero a uno le huele un poco mal que primero diga 'igual me quedo' y a los pocos días camine hacia la otro lado de manera convencida.

Suceden dos cosas. Seguramente el presidente no podía decir otra cosa minutos después de que el equipo acabara de firmar su segundo descenso de la Era Agapito unos minutos antes. Y seguramente también vio en los días siguientes que la marea que se avecinaba aconsejaba cambiar de aires. Una actitud completamente lícita por su parte. En el fondo la culpa no es suya, sino de Agapito Iglesias por crear una escala ejecutiva sin poder de decisión no profundidad en el tiempo.

Un espantapájaros

Fernando Molinos se convirtió el verano pasado en presidente del club. Pocos entendieron en un primer momento la llegada del que hasta entonces era vicepresidente del Espanyol, fichado como quien roba a una estrella al rival. Su misión era clara, hacer de parapeto que oculta a Agapito Iglesias y dar la cara por el soriano en todo tipo de situaciones, varios cientos de miles de euros mediante. Nada complicado. Desde el principio el propio Molinos evidenció que no tenía mucha idea de dónde se había metido o que si la tenía, no le importaba demasiado hacer el ridículo. Para la posteridad ha dejado momentos tan sublimes como cuando apuntó a la clasifiación UEFA a principios de curso cuando faltaba más de medio equipo por fichar o cuando pidió que se evitase el dramatismo con el equipo sin ganar en 15 partidos consecutivos y embalado hacia la zona de descenso.

Molinos se va del Zaragoza sin dejar una mala palabra ni una buena acción. Cumplió con lo que se le pidió, que no era otra cosa que ejercer de telonero o ser el malabarista que te entretiene en un semáforo mientras no te das cuenta de quién cruza. Y el que cruza siempre es Agapito; y siempre con destino incierto. La táctica del soriano no es nueva. Ya colocó en su día a Bandrés, ese presidente que siempre estaba de vacaciones cuando se negociaba o fichaba jugadores y cuando se le preguntaba al respecto no sabía qué responder porque lo desconocía todo. Molinos ha sido una pieza más del engranaje. Él aceptó el reto y la cosa ha acabado mal deportivamente hablando. Por eso, antes de que la cosa vaya a mayores o quizá ya sabiendo lo que se viene, ha pensado que lo mejor es largarse y que sea otro el que afronte el entuerto que ahora espera.

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