Últimamente me sucede algo extraño, acostumbro a alcanzar diversos puntos que un día repudié con vehemencia. Será la edad. A los 32 resulta que me ha dado por correr, he vuelto a estudiar y he caído en las garras de Mapas, seguramente el disco que más he denostado en mi vida. Siempre pensé que Mapas era un experimento fallido, un disparo certero y tembloroso en el pie. La forma en que Vetusta Morla quería subir a ese nivel en el que muchos buscan la consagración haciéndose el interesante.
En determinados pasajes existenciales, uno no sabe por qué maneja ciertas consideraciones. Ésa es una de las conclusiones que he extraído de las últimas semanas. Nunca me gustó Mapas, siempre lo asemejé a un idílico viaje por mundos perdidos, vacíos de toda razón y sentido. Existe una contradicción en este punto, porque a uno siempre le han fascinado los parajes desconocidos. Muchas veces he deseado perderme en ellos sin que me reclamen o recuerden, que nadie moleste recordando que toca cumplir con la burocracia o esas obligaciones que a todos nos persiguen.
En las últimas semanas he deseado que ese viaje a la perdición se hiciera por fin realidad. Ciertamente, la vida del parado es dulce. Uno puede entregarse a un engañoso relajo sin atender más allá de las obligaciones que opcionalmente se marque y tras haber enviado varios archivos que pretenden dar fe de sus aptitudes y actitudes laborales. Eso sí, con la esperanza de recibir respuesta perdida bastantes capítulos atrás. Al mismo tiempo, también es una vida lentamente cruel. Poco a poco el ser se desnuda y se descubre endeble y desquerido del mundo. Eres algo así como el inútil al que nadie quiere, al que siempre descubren en fuera de juego. Técnicamente la explicación podría ser bien diferente, pero en la realidad se siente así.
Ante situaciones como ésa, uno recurre a costumbres tan absurdas como escuchar canciones con título definitorio para el momento. Y ahí he quedado atrapado en Mapas, un disco de 2011. Si me permiten el consejo, denle un repaso; sé que llego con dos años de retraso.
En determinados pasajes existenciales, uno no sabe por qué maneja ciertas consideraciones. Ésa es una de las conclusiones que he extraído de las últimas semanas. Nunca me gustó Mapas, siempre lo asemejé a un idílico viaje por mundos perdidos, vacíos de toda razón y sentido. Existe una contradicción en este punto, porque a uno siempre le han fascinado los parajes desconocidos. Muchas veces he deseado perderme en ellos sin que me reclamen o recuerden, que nadie moleste recordando que toca cumplir con la burocracia o esas obligaciones que a todos nos persiguen.
En las últimas semanas he deseado que ese viaje a la perdición se hiciera por fin realidad. Ciertamente, la vida del parado es dulce. Uno puede entregarse a un engañoso relajo sin atender más allá de las obligaciones que opcionalmente se marque y tras haber enviado varios archivos que pretenden dar fe de sus aptitudes y actitudes laborales. Eso sí, con la esperanza de recibir respuesta perdida bastantes capítulos atrás. Al mismo tiempo, también es una vida lentamente cruel. Poco a poco el ser se desnuda y se descubre endeble y desquerido del mundo. Eres algo así como el inútil al que nadie quiere, al que siempre descubren en fuera de juego. Técnicamente la explicación podría ser bien diferente, pero en la realidad se siente así.
Ante situaciones como ésa, uno recurre a costumbres tan absurdas como escuchar canciones con título definitorio para el momento. Y ahí he quedado atrapado en Mapas, un disco de 2011. Si me permiten el consejo, denle un repaso; sé que llego con dos años de retraso.
“Aún quedan vicios por perfeccionar en los días raros”
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